Hay noches que parecen estar escritas en las estrellas. La nuestra comenzó el 31 de mayo, en un lugar con nombre curioso: Do Not Sit. Irónicamente, fue precisamente ahí donde nos sentamos o quizás donde el destino decidió que nos encontráramos. Lo que debía ser una noche de música, de un buen “toque” del DJ, terminó siendo el verdadero “toque” que necesitaban nuestras vidas para empezar a latir al mismo ritmo.

Nos miramos. Nos reímos. Hablamos como si ya nos conociéramos de antes. Fue un encuentro de esos que no necesitan explicación, porque se sienten más que se entienden. Desde ese instante, nuestras vidas comenzaron a entrelazarse de manera natural, como si el universo nos hubiera estado empujando suavemente el uno hacia el otro durante años.

El camino no fue siempre sencillo. Tuvimos que despedirnos muchas veces, lidiar con la distancia y el tiempo. Pero en cada despedida había una promesa silenciosa de volver. Y volvimos. Siempre volvimos.

Viajamos. Reímos hasta que nos dolía el estómago. Nos enfrentamos a obstáculos que solo el amor verdadero puede superar. Y en el proceso, fuimos descubriendo que no solo habíamos encontrado a una pareja, sino a un compañero de vida, a un refugio, a un hogar.

Hoy, escribimos este capítulo con ustedes como testigos. No solo para celebrar una boda, sino para honrar ese instante mágico en que todo cambió. Para agradecer cada paso que nos trajo hasta aquí. Y para mirar hacia adelante, sabiendo que lo mejor lo más profundo, lo más verdadero apenas comienza.